A 82 años del nacimiento de José Emilio Pacheco


Escucha algunos fragmentos en voz del autor en el siguiente enlace:

https://descargacultura.unam.mx/jose-emilio-pacheco-5042953



José Emilio Pacheco (Ciudad de México, 1939-2014). Poeta, narrador, ensayista, traductor y periodista cultural. Especialista en literatura mexicana del siglo XIX, una de sus mayores influencias fue el también escritor mexicano Alfonso Reyes. 

La extensa obra de José Emilio Pacheco se ha traducido a varios idiomas y le mereció al escritor importantes premios desde el inicio de su carrera, como el Nacional de Poesía Aguascalientes, el Xavier Villaurrutia, el Nacional de Periodismo, el Nacional de Ciencias y Artes, el Mazatlán de Literatura, el Internacional Octavio Paz de Poesía y Ensayo, el Poesía Iberoamericana Ramón López Velarde, el Iberoamericano de Poesía Pablo Neruda, el Reina Sofía de Poesía y el Miguel de Cervantes. 

Presentamos, en voz del propio escritor, una destacada selección de poemas incluidos en sus primeros libros. Este material incluye un fragmento de una de sus creaciones imprescindibles, El reposo del fuego, además del “objeto de culto”, Alta traición, como se refiere a éste Elena Poniatowska.

José Emilio Pacheco muestra en su poesía ese afán por asirse a un estilo sobrio y despegarse de los adornos exagerados, mitificando y fabulando seres de la naturaleza, sin dejar de lado sus visiones y preocupaciones sociales.

Esta lectura fue grabada en 1976 para la serie «Voz Viva de México» de la Dirección de Literatura de la UNAM.

Si te gusta este título, escucha también “Diálogo literario con José Emilio Pacheco” y “Tenga para que se entretenga”.

Agradecemos a la Dirección de Literatura de la UNAM por facilitarnos este material para su publicación.

D.R. © UNAM 2016

Editorial: Dirección de Literatura UNAM

Cuento: El hombre que amaba las flores

 

Por Stephen King

A primera hora de una tarde de mayo de 1963, un joven caminaba de prisa por la Tercera Avenida de Nueva York, con la mano en el bolsillo. La atmósfera era apacible y hermosa, y el sol se oscurecía gradualmente pasando del azul al sereno y bello violeta del crepúsculo. Hay personas que aman la ciudad, y ésa era una de las noches que hacían amarla. Todos los que estaban en los portales de las tiendas de comestibles y las tintorerías y los restaurantes parecían sonreír. Una anciana que transportaba dos bolsas de provisiones en un viejo cochecito de niño le sonrió al joven y le gritó: «¡Adiós, guapo!». El joven también le sonrió distraídamente y la saludó con un ademán. Ella siguió su camino, pensando: Está enamorado. Eso era lo que reflejaba en su talante. Vestía un traje gris claro, con la angosta corbata un poco ladeada y el botón del cuello de la camisa desabrochado. Su cabello era oscuro y lo llevaba corto. Su tez era blanca, sus ojos de color azul claro. Sus facciones no eran excepcionales, pero en esa plácida noche de primavera, en esa avenida, en mayo de 1963, era realmente guapo, y a la anciana se le ocurrió pensar fugazmente, con dulce nostalgia, que en primavera todos pueden parecer guapos…, si marchan apresuradamente al encuentro de la dama de sus sueños para cenar con ella y quizá para ir después a bailar. La primavera es la única estación en la que la nostalgia nunca parece agriarse, y la anciana continuó su marcha satisfecha de haberle hablado y contenta de que él le hubiera devuelto el cumplido con un ademán esbozado.

El joven cruzó Sixty-third Street, caminando con brío y con la misma sonrisa distraída en los labios. En la mitad de la manzana, un anciano montaba guardia junto a una desconchada carretilla verde llena de flores. El color predominante era el amarillo: una fiebre amarilla de junquillos y azafranes tardíos. El anciano también tenía claveles y unas pocas rosas de té de invernadero, casi todas amarillas y blancas. Estaba comiendo una rosquilla y escuchaba una voluminosa radio de transistores que descansaba atravesada sobre un ángulo de la carretilla.

La radio difundía malas noticias que nadie escuchaba: un asesino armado con un martillo seguía haciendo de las suyas; JFK había declarado que había que vigilar la situación de un pequeño país asiático llamado Vietnam («Vite-num», lo llamó el locutor); en las aguas del East River había aparecido el cadáver de una mujer no identificada; un gran jurado no había podido inculpar a un zar del crimen en el contexto de la guerra de la administración local contra la heroína; los rusos habían detonado un artefacto nuclear. Nada de eso parecía real, nada de eso parecía importar. La atmósfera era apacible y dulce. Dos hombres con las barrigas hinchadas por la cerveza lanzaban monedas al aire y bromeaban frente a una pastelería. La primavera vibraba sobre el filo del verano, y en la ciudad, el verano es la estación de los ensueños.

El joven dejó atrás el puesto de flores y la avalancha de malas noticias se acalló. Vaciló, miró por encima del hombro, y reflexionó. Metió la mano en el bolsillo de la americana y volvió a palpar lo que llevaba allí. Por un momento pareció desconcertado, solitario, casi acosado, y después, cuando su mano abandonó el bolsillo, sus facciones recuperaron la expresión anterior de ávida expectación.

Se encaminó de nuevo hacia la carretilla sonriendo. Le llevaría unas flores: eso la complacería. Le encantaba ver cómo la sorpresa y el regocijo iluminaban sus ojos cuando él le hacía un regalo inesperado. Menudencias, porque distaba mucho de ser rico. Una caja de caramelos. Una pulsera. Una vez una bolsa de naranjas de Valencia, porque sabía que eran sus favoritas.

—Mi joven amigo —dijo el florista, cuando el hombre del traje gris volvió, paseando los ojos sobre la mercancía de la carretilla. El florista tenía quizá sesenta y ocho años, y a pesar del calor de la noche usaba un raído suéter gris de punto y una gorra. Su rostro era un mapa de arrugas, sus ojos estaban profundamente engarzados en la carne fláccida, y un cigarrillo bailoteaba entre sus dedos. Pero él también recordaba lo que significaba ser joven en primavera…, ser joven y estar enamorado hasta el punto de volar prácticamente de un lado a otro. El talante del vendedor era normalmente agrio, mas en ese momento sonrió un poco, como lo había hecho la mujer que empujaba el cochecito con provisiones, porque ese fulano era un candidato obvio. Sacudió las migas de la rosquilla de su holgado suéter y pensó: Si este chico estuviera enfermo deberían internarlo ahora mismo en la unidad de cuidados intensivos.

—¿Cuánto cuestan las flores? —preguntó el joven.

—Le prepararé un lindo ramo por un dólar. Las rosas de té son de invernadero. Cuestan un poco más, setenta céntimos cada una. Le venderé media docena por tres dólares y cincuenta céntimos.

—Son caras —comentó el joven.

—Lo bueno siempre es caro, mi joven amigo. ¿Su madre no se lo enseñó?

El muchacho sonrió.

—Es posible que lo haya mencionado.

—Sí, claro que lo mencionó. Le daré media docena, dos rojas, dos amarillas, dos blancas. No podrá ofrecerle nada mejor, ¿verdad? Lo completaré con un poco de helecho. Del mejor. A ellas les encanta. ¿O prefiere un ramo de un dólar?

—¿A ellas? —preguntó el joven, sin dejar de sonreír.

—Escuche, amiguito —contestó el florista, arrojando la colilla al arroyo de un papirotazo y devolviendo la sonrisa—, en mayo nadie compra flores para uno mismo. Es una ley nacional, ¿me entiende?

El joven pensó en Norma, en sus ojos dichosos y sorprendidos y en su sonrisa afable, agachó un poco la cabeza.

—Supongo que sí —asintió.

—Seguro que sí. ¿Qué decide?

—Bien, ¿qué le parece a usted?

—Le diré lo que opino. ¡Eh! Los consejos siguen siendo gratuitos, ¿no es verdad?

El joven sonrió y asintió:

—Supongo que es lo único gratuito que queda en el mundo.

—Tiene mucha razón —dijo el florista—. Muy bien, mi joven amigo. Si las flores son para su madre, llévele el ramo. Unos pocos junquillos, unos pocos azafranes, algunos lirios de los valles. Ella no lo estropeará comentando: «Oh hijo me encantan y cuánto te costaron oh eso es demasiado y por qué no has aprendido a no derrochar el dinero».

El joven echó la cabeza hacia atrás y lanzó una carcajada.

El florista continuó:

—Pero si son para su chica, las cosas cambian, hijo mío, y usted lo sabe. Llévele las rosas de té y ella no reaccionará como un contable, ¿me entiende? ¡Eh! Su chica le echará los brazos al cuello y…

—Llevaré las rosas de té —lo interrumpió el joven, y esta vez fue al florista a quien le tocó el turno de reír.

Los dos hombres que jugaban con las monedas los miraron, sonriendo.

—¡Eh, chico! —gritó uno de ellos—. ¿Quieres comprar una alianza barata? Te vendo la mía…, a mi ya no me interesa.

El joven sonrió y se ruborizó hasta las raíces de sus oscuros cabellos.

El florista escogió seis rosas de té, les recortó un poco los tallos, las roció con agua y las introdujo en un envoltorio cónico.

—Esta noche tenemos un clima ideal —dijo la radio—. Apacible y despejado, con una temperatura próxima a los dieciocho grados, perfecto para que los románticos contemplen las estrellas desde la azotea. ¡A disfrutar del Gran Nueva York, amigos!

El florista aseguró con cinta adhesiva el borde del envoltorio cónico y aconsejó al joven que su chica agregara un poco de agua al azúcar que debía echarles, para conservarlas durante más tiempo.

—Se lo diré —respondió el joven. Tendió un billete de cinco dólares—. Gracias.

—Cumplo con mi deber, mi joven amigo —exclamó el florista, mientras le devolvió un dólar y dos monedas de veinticinco céntimos. Su sonrisa se entristeció—. Dele un beso de mi parte.

En la radio, los Four Seasons empezaron a cantar Sherry. El joven guardó el cambio en el bolsillo y se alejó calle arriba, con los ojos dilatados, alertas y ansiosos, sin mirar tanto la vida que fluía y refluía de un extremo al otro de la Tercera Avenida como hacia dentro y adelante, anticipándose. Pero ciertos detalles lo impresionaron. Una madre que llevaba en un cochecito a un bebé cuyas facciones estaban cómicamente embadurnadas con helado; una niñita que saltaba a la cuerda y canturreaba: «Al pasar por un cuartel se enamoró de un coronel…». Dos mujeres fumaban en la puerta de una lavandería, comparando sus embarazos. Un grupo de hombres miraban un gigantesco aparato de televisión en colores, exhibido en el escaparate de una tienda de artículos para el hogar, con un precio de cuatro dígitos en dólares: transmitía un partido de béisbol y las caras de los jugadores parecían verdes, el campo de juego tenía un vago color fresa, y los «New York Mets» les ganaban a los «Phillies» por seis a uno.

Siguió caminando, con las flores en la mano, ajeno al hecho de que las dos mujeres detenidas frente a la lavandería interrumpían brevemente su conversación y lo miraban pasar pensativamente, con su ramo de rosas de té. Hacía mucho tiempo que a ellas nadie les regalaba flores. Tampoco prestó atención al joven policía de tráfico que detuvo los coches en la intersección de la Tercera y Sixty-nineth Street, con un toque de silbato, para permitirle cruzar. El policía también estaba comprometido y reconoció la expresión soñadora del joven porque la había visto a menudo en su propio espejo, al afeitarse. Y no se fijó en las dos adolescentes que se cruzaron con él, en dirección contraria, y que enseguida se cogieron de la mano y soltaron unas risitas.

En Seventy-third Street se detuvo y dobló a la derecha. Esa calle era un poco más oscura, y estaba flanqueada por casas de piedra arenisca y restaurantes con nombres italianos, situados en los subsuelos. Tres manzanas más adelante se desarrollaba un partido de béisbol, en medio de la penumbra creciente. El joven no llegó tan lejos: en la mitad de la manzana se internó por un callejón angosto.

Ya habían salido las estrellas, que titilaban tenuemente, y el callejón era oscuro y sombrío, y estaba bordeado por las vagas siluetas de los cubos de basura. Ahora el joven estaba solo, o mejor dicho no, no totalmente. De la penumbra rosada brotó un maullido ululante y el joven frunció el ceño. Era el canto de amor de un gato macho, y eso sí que no tenía nada de bello.

Caminó más lentamente y consultó su reloj. Eran las ocho y cuarto y Norma no tardaría en…

Entonces la vio. Había salido de un patio y marchaba hacia él, vestida con pantalones deportivos de color oscuro y con una blusa marinera que le oprimió el corazón. Siempre era una sorpresa verla por primera vez, siempre era una dulce conmoción…, parecía tan joven.

La sonrisa del muchacho se iluminó, se hizo radiante, y apresuró el paso.

—¡Norma! —exclamó.

Ella levantó la vista y sonrió…, pero cuando estuvieron más cerca el uno del otro la sonrisa se desdibujó.

La sonrisa de él también se estremeció un poco y experimentó una inquietud pasajera. De pronto el rostro pareció borroso, encima de la blusa, marinera. Oscurecía…, ¿acaso se había equivocado? Claro que no. Ésa era Norma.

—Te he traído flores —exclamó con una sensación de dichoso alivio, y le tendió el ramo.

Ella lo miró un momento, sonrió… Y se lo devolvió.

—Gracias, pero te equivocas —dijo la chica—. Yo me llamo…

—Norma… —susurró él, y extrajo el martillo de mango corto del bolsillo de la americana, donde había estado oculto hasta ese momento—. Son para ti, Norma… siempre fueron para ti… todas para ti.

Ella retrocedió, con el rostro transformado en una mancha redonda y blanca, con la boca abierta en una O negra de terror, y dejó de ser Norma. Norma estaba muerta, hacía diez años que estaba muerta, pero no importaba porque iba a gritar y él descargó el martillo para cortar el grito, para matar el grito, y cuando descargó el martillo el ramo de flores se le cayó de la mano, y el envoltorio se rompió y dejó escapar su contenido, esparciendo rosas de té rojas y blancas y amarillas junto a los cubos de basura abollados donde los gatos copulaban extravagantemente en la oscuridad, lanzando chillidos de amor, chillidos, chillidos.

Descargó el martillo y ella no chilló, pero podría haber chillado porque no era Norma, ninguna de ellas era Norma, y descargó el martillo, descargó el martillo, descargó el martillo. No era Norma de modo que descargó el martillo, como ya lo había hecho cinco veces anteriormente.

Quién sabe cuánto tiempo después volvió a deslizar el martillo en el bolsillo interior de su americana y retrocedió, alejándose de la sombra oscura tumbada sobre los adoquines de las rosas de té desparramadas junto a los cubos de basura. Dio media vuelta y salió del callejón angosto. Ahora la oscuridad era total. Los jugadores de béisbol habían desaparecido en sus casas. Si su traje estaba salpicado de sangre las manchas no se verían, no en la oscuridad, no en la plácida oscuridad primaveral, y el nombre de ella no era Norma pero sí sabía cómo se llamaba él. Se llamaba… se llamaba…

Amor.

Él se llamaba amor, y caminaba por esas calles oscuras porque Norma lo aguardaba. Y la encontraría. Pronto.

Empezó a sonreír. Echó a caminar con brío por Seventy-third Street. Un matrimonio maduro que estaba sentado en la escalinata de su casa lo vio pasar, con la cabeza erguida perdida en lontananza, un atisbo de sonrisa en los labios. Cuando terminó de pasar, la mujer preguntó:

—¿Por qué  ya no tienes ese aspecto?

—¿Eh?

—Nada —dijo la mujer, pero miró cómo el joven del traje gris desaparecía en las tinieblas de la noche y pensó que sólo el amor de los jóvenes era más bello que la primavera.

Tomado de: El umbral de la noche

Traducción: Eduardo Goligorsky


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Literatura contemporánea

 Más que una corriente, por literatura contemporánea nos referimos a la vasta y diversa producción literaria que se desarrolla desde mediados del siglo XX hasta la actualidad, y que abarca gran variedad de corrientes.

Dentro de esta diversidad, la literatura contemporánea abre campo a la preocupación por las contradicciones de la modernización, los nacionalismos, la tensión entre autoritarismo y democratización, los totalitarismos, la ciencia y la tecnología, la hiperindustrialización y la sociedad de consumo.

Entre algunos de sus autores más representativos podemos mencionar:

  • Jack Kerouac, En el camino (Generación beat)
  • Sylvia Plath, Ariel
  • Boris Pasternak, Doctor Zhivago
  • Truman Campote, A sangre fría
  • Antonio Tabuchi, Sostiene Pereira
  • Henry Miller, Trópico de Cáncer
  • Vladimir Nabokov, Lolita
  • Ray Bradbury, Fahrenheit 451
  • Umberto Eco, El nombre de la rosa
  • José Saramago, Ensayo sobre la ceguera

Hispanomérica también ganará una voz propia en este período, el cual alcanza su punto más álgido con el llamado Boom latinoamericano. Se desarrollaron tendencias importantísimas como el realismo mágico y lo real maravilloso, la literatura fantástica y destacaron importantes plumas en la poesía y el ensayo. Entre los autores hispanoamericanos más importantes de la segunda mitad del siglo XX podemos mencionar:

  • Gabriel García Márquez, Cien años de soledad
  • Alejo Carpentier, El reino de este mundo
  • Julio Cortázar, Bestiario
  • Mario Vargas Llosa, La fiesta del Chivo
  • Jorge Luis Borges, El Aleph
  • Octavio Paz, El laberinto de la soledad
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Vanguardismo

 Las vanguardias literarias se desarrollaron en la primera mitad del siglo XX. Se trata de una serie de movimientos y corrientes que propusieron una ruptura con las convenciones del lenguaje. Entre esos movimientos articulados en torno a un manifiesto podemos mencionar: el futurismo, el dadaísmo, el expresionismo, el creacionismo y el ultraísmo. Por ejemplo:

  • Futurismotiene por objetivo expresar dinamismo, violentar la sintaxis y valorizar los objetos como tema. Su máximo representante fue Filippo Tommaso Marinetti, autor de Mafarka el futurista.
  • Cubismoalgunos autores llaman cubistas a las obras poéticas que desafiaron los límites entre poesía y pintura, mediante la experimentación tipográfica y sintáctica. Suele referirse a Guillaume Apollinaire, autor de Caligramas.
  • Dadaísmose caracterizó por su mirada nihilista, la inmediatez como procedimiento y la arbitrariedad. Por ejemplo, Tristan Tzara, La primera aventura celestial del señor Antipirina
  • Expresionismocentró su interés en la subjetividad en torno a temas y enfoques incómodos como la sexualidad, lo grotesco y lo siniestro. Por ejemplo, Frank Wedekind, El despertar de la primavera.
  • Creacionismo: pretendía crear una nueva realidad a través de la palabra poética mediante la yuxtaposición de imágenes. Su máximo exponente fue Vicente Huidobro, autor de Altazor o el viaje en paracaídas.
  • Ultraísmo: influenciado por el creacionismo, propuso dejar de lado la ornamentación y procurar nuevas formas sintácticas. Uno de sus representantes fue Guillermo de Torres Ballestero, autor de Hélices.
  • Surrealismobajo la influencia de las teorías psicoanalíticas, exploraba el inconsciente por medio del automatismo. Su máximo representante fue André Breton, autor de Nadja y el Manifiesto surrealista.

Además de estos movimientos vanguardistas, la primera mitad del siglo XX también asistió a una importante renovación literaria de la mano de autores que no son fáciles de clasificar. En poesía, destacaron escritores que, influidos por el modernismo y abiertos al vanguardismo, alcanzaron una estética propia. Entre ellos, Gabriela Mistral y su obra Desolación; Pablo Neruda y Veinte poemas de amor y una canción desesperada y Fernando Pessoa, cuya obra más conocida es el Libro del desasosiego.

En la narrativa los autores experimentaron con recursos como la polifonía, la fragmentación, el monólogo interior y los finales abiertos. Por ejemplo, Virginia Woolf (La señora Dalloway); Marcel Proust (En busca del tiempo perdido); James Joyce (Ulises); Franz Kafka (La metamorfosis) y William Faulkner (Mientras agonizo).

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Modernismo


El modernismo fue un movimiento literario hispanoamericano que se desarrolló entre 1885 y 1915. Su estética se caracterizó por la aspiración al cosmopolitismo, la musicalidad del lenguaje y el refinamiento expresivo. Por ejemplo:

Yo soy aquel que ayer no más decía
el verso azul y la canción profana,
en cuya noche un ruiseñor había
que era alondra de luz por la mañana.

Rubén Darío, fragmento de Yo soy aquel

Entre los autores más importantes del modernismo podemos mencionar los siguientes:

  • Rubén Darío, Azul
  • Leopoldo Lugones, Las montañas del oro
  • José Asunción Silva, El libro de versos
  • Amado Nervo, Místicas
  • Manuel Díaz Rodríguez, Ídolos rotos

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Decadentismo

El decadentismo fue contemporáneo con el simbolismo y el parnasianismo, y como tal, se inscribe en el período posromántico. Abordó temas desde una perspectiva escéptica. Asimismo, fue expresión del desinterés por la moralidad y del gusto por el refinamiento formal.

Pronunció un deseo enfermizo de que él pudiera permanecer joven, y que el cuadro envejeciera; que su hermosura permaneciera inalterada, y que su rostro en la tela soportara la carga de sus pasiones y pecados; que la imagen pintada se marchitara con las líneas del sufrimiento y el pensamiento, y que él mantuviera la flor y el encanto casi consciente de su adolescencia. Con seguridad su deseo no se había cumplido. Esas cosas son imposibles. Era monstruoso sólo pensar en aquello. Y sin embargo, ahí estaba el cuadro frente a él, con un toque de crueldad en la boca.

Oscar Wilde, El retrato de Dorian Gray

Algunos autores importantes incluidos en el posromanticismo fueron:

  • Oscar Wilde, El retrato de Dorian Gray
  • Georges Rodenbach, Brujas la muerta
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Simbolismo

 Desarrollado en el período posromántico hacia el último tercio del siglo XIX, el simbolismo reaccionó contra los postulados del realismo y el naturalismo. Reivindicó la imaginación, lo onírico, lo espiritual y lo sensual. Por ejemplo:

Una noche, senté a la Belleza en mis rodillas. Y la encontré amarga. Y la injurié.

Arthur Rimbaud, Una temporada en el infierno

Algunos autores importantes incluidos en el simbolismo fueron:

  • Charles Baudelaire, Las flores del mal
  • Sthepane Mallarmé, La siesta del fauno
  • Arthur Rimbaud, Una temporada en el infierno
  • Paul Verlaine, Poemas saturnianos
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Parnasianismo

 

El parnasianismo fue una de las corrientes del período posromántico, que abarcó la segunda mitad del siglo XIX. Buscó el preciosismo formal eludiendo el exceso sentimental del romanticismo, y exaltó la idea del arte por el arte. Por ejemplo:

Artista, esculpe, lima o bien cincela;
que se selle tu sueño fluctuante
en el bloque que opone resistencia

Théophile Gautier, El arte

Entre sus autores se cuentan:

  • Théophile Gautier, La muerta enamorada
  • Charles Marie René Leconte de Lisle, Poemas antiguos
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Costumbrismo

 El costumbrismo fue una corriente del siglo XIX que bebió del nacionalismo. Al mismo tiempo, hereda del realismo su pretensión de objetividad. Se enfocó concretamente en los usos y costumbres de los países o regiones, no pocas veces estaba teñido de pintoresquismo. La novela costumbrista fue su máxima expresión. Por ejemplo:


Entre todos aquellos granujas no había señal de zapato ni una camisa completa; los seis iban descalzos, y la mitad de ellos no tenían camisa.


José María Pereda, Sotileza


José María de Pereda, Sotileza

Jiménez de Juan Valera, Pepita

Fernán Caballero, La gaviota

Ricardo Palma, Tradiciones peruanas


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Naturalismo


El naturalismo es una derivación del realismo, y tuvo lugar hacia la segunda mitad del siglo XIX. Estuvo fuertemente influenciado por el determinismo, la ciencia experimental y el materialismo. Se ocupaba también de la realidad social, pero en lugar de posicionarse críticamente frente a ella, pretende mostrarla sin intervención del juicio personal.

Este sueño del fisiólogo y del médico experimentador es también el sueño del novelista que aplica el método experimental al estudio natural y social del hombre. Nuestro objetivo es el suyo: también queremos ser dueños de los fenómenos de los elementos intelectuales y personales para poderlos dirigir. Somos, en una palabra, moralistas experimentadores que demuestran por la experiencia cómo se comporta una pasión en un medio social.

Emile Zola, La novela experimental

Entre sus autores más destacados se pueden mencionar:

  • Emile Zolá, Naná
  • Guy de Maupassat, Bola de sebo
  • Thomas Hardy, Dinastías

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Realismo


El realismo fue una reacción contra el romanticismo, al que consideraba demasiado edulcorado. Inició hacia mediados del siglo XIX y duró algunas décadas. La realidad social fue el centro de su interés, y pretendía representarla de manera objetiva y crítica. Como ejemplo:

¿Es que iba a ser eterna aquella vida miserable? ¿Es que no iba a salir nunca de ella? ¿Acaso no valía ella tanto como las que eran felices?

Gustave Flaubert, Madame Bovary

Entre sus autores y obras más importantes, destacamos los siguientes:

  • Stendhal, Rojo y negro
  • Honoré de Balzac, Eugenia Grandet
  • Gustave Flaubert, Madame Bovary
  • Charles Dickens, Oliver Twist
  • Mark Twain, Las aventuras de Tom Sawyer
  • Fiodor Dostoyevski, Crimen y castigo
  • León Tolstoi, Ana Karenina
  • Antón Pavlovich Chejov, El jardín de los cerezos
  • Benitó Pérez Galdós, Fortunata y Jacinta
  • Eça de Queirós, El crimen del padre Amaro
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Romanticismo

 La literatura romántica tuvo sus inicios en el movimiento alemán Sturm und Drang, a finales del siglo XVIII, y se extendió hasta las primeras décadas del siglo XIX. Permitió un desarrollo revolucionario de las literaturas nacionales, incorporó asuntos y géneros populares, enalteció la subjetividad, liberó a la poesía de los cánones neoclásicos y estimuló nuevos géneros narrativos como la novela gótica y la histórica. Por ejemplo:

Wilhem, ¿qué sería sin amor el mundo para nuestro corazón? Una linterna mágica sin luz. Apenas pones la lamparilla aparecen sobre tu blanca pared imágenes de todos los colores. Y aun cuando no fueran más que eso, fantasmas pasajeros, constituyen nuestra felicidad si los contemplamos como niños pequeños y nos extasiamos ante esas maravillosas apariciones.

Goethe, Las desventuras del joven Werther

Algunos de sus autores y obras más importantes son:

  • Johann Wolfgang von Goethe, Las desventuras del joven Werther
  • Novalis, Los Cantos espirituales
  • Lord Byron, Don Juan
  • John Keats, Oda sobre una urna griega
  • Víctor Hugo, Los miserables
  • Alejandro Dumas, El conde de Montecristo
  • José de Espronceda, El estudiante de Salamanca
  • Gustavo Adolfo Bécquer, Rimas y leyendas
  • Jorge Isaac, María
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Neoclasicismo

 La expresión estética del Iluminismo se conoce como neoclasicismo, y se desarrolló en el siglo XVIII como reacción a la estética del barroco. Proponía el regreso a la razón y el rechazo de la emotividad y el efectismo. Predominaron de los géneros críticos y narrativos, y la elegancia del discurso. El género preferido fue el ensayo, pero también se desarrollaron las novelas de aventuras, didácticas y sentimentales; las fábulas, y el teatro, siempre con un propósito edificante. Por ello, la literatura neoclásica centró su interés en el conflicto entre el deber y el honor con las pasiones. Así las cosas, la poesía no fue su género más destacado.

Despertad, mi querido Bolingbroke; dejad todas las pequeñeces a la baja ambición y al orgullo de los potentados. Pues que todo lo que podemos sacar de esta vida se reduce a ver claro al rededor de nosotros mismos, para luego morir. Recorramos al menos libremente esta escena del hombre —¡asombroso laberinto!, pero que tiene su cierta regularidad... Ea, venid conmigo, exploremos este vasto campo, y ora sea raso, ora montuoso, veamos lo que en él hay.

Alexander Pope, poema filosófico Ensayo sobre el hombre

Entre algunos de los autores y obras más destacados en lo que a literatura se refiere, podemos mencionar a los siguientes:

  • Daniel Defoe, Robinson Crusoe
  • Jonathan Swift, Los viajes de Gulliver
  • Alexander Pope, Ensayo sobre el hombre, poema filosófico
  • Jean-Jacques Rousseau, Emilio De la educación
  • Voltaire, Cándido El optimismo
  • Jean de la Fontaine, Fábulas
  • Goldoni, La locandiera
  • Montesquieu, El espíritu de las leyes
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Literatura Barroca

 La literatura barroca se desarrolló a partir del la segunda mitad del siglo XVI hasta la primera mitad del siglo XVIII aproximadamente, lo que incluye a la mayor parte del Siglo de Oro español. Desechó la mirada confiante del humanismo y dio paso a una perspectiva más desencantada de la vida. Procuró la belleza discursiva mediante la exuberancia formal y el cuidado del detalle.

En perseguirme, Mundo, ¿qué interesas?
¿En qué te ofendo, cuando sólo intento
poner bellezas en mi entendimiento
y no mi entendimiento en las bellezas?

Sor Juana Inés de la Cruz, En perseguirme, Mundo, ¿qué interesas?

Amén de los escritores del Siglo de Oro español como Góngora, Lope de la Vega o Quevedo, otros autores representativos del barroco, son:

  • Jean Racine, Fedra
  • John Milton, El paraíso perdido
  • Sor Juana Inés de la Cruz, Divino narciso
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Siglo de oro español

 El Siglo de Oro es el nombre que se le da al período de florecimiento literario de España, que toma impulso en 1492 tras la publicación de la Gramática castellana, de Antonio de Nebrija, y decae a mediados del siglo XVII. Es decir, nace a finales del Renacimiento, y alcanza su plena madurez en la primera mitad del barroco. Fue durante el Siglo de Oro que Miguel de Cervantes escribió El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha, que representa la última novela de caballería y la primera novela moderna.

Llenósele la fantasía de todo aquello que leía en los libros, así de encantamentos como de pendencias, batallas, desafíos, heridas, requiebros, amores, tormentas y disparates imposibles; y asentósele de tal modo en la imaginación que era verdad toda aquella máquina de aquellas soñadas invenciones que leía, que para él no había otra historia más cierta en el mundo.

Miguel de Cervantes, El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha

Durante el barroco, el Siglo de Oro dio lugar a dos corrientes en España: el conceptismo y el culteranismo (o gongorismo, en alusión a Luis de Góngora, su máximo exponente). El culteranismo dio mayor importancia a las formas, y usó exacerbadamente figuras retóricas y referencias literarias. El conceptismo tuvo especial cuidado en exponer conceptos por medio del ingenio literario.

Entre sus más importantes autores y obras podemos mencionar:

  • Miguel de Cervantes, Don Quijote de la Mancha
  • Francisco de Quevedo, Historia de la vida del Buscón
  • Tirso de Molina, El burlador de Sevilla
  • Lope de Vega. Fuenteovejuna
  • Luis de Góngora. Fábula de Polifemo y Galatea
  • Pedro Calderón de la Barca, La vida es sueño
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Humanismo renacentista

En la literatura del Renacimiento, desarrollada entre mediados del siglo XIV y hasta mediados del siglo XVI, dominó el humanismo antropocéntrico, cuyos antecedentes se remontan a la Baja Edad Media, impulsora del humanismo cristiano. El humanismo del Renacimiento fijó su atención en el ser humano, exaltó el libre albedrío y recuperó el estudio de los clásicos grecolatinos. Este cambio de perspectiva transformó la literatura y dio espacio a la creación de nuevos géneros literarios como el ensayo. Por ejemplo:

Así, lector, sabe que yo mismo soy el contenido de mi libro, lo cual no es razón para que emplees tu vagar en un asunto tan frívolo y tan baladí. Adiós, pues.

Michael de Montaigne: "Al lector", Ensayos

Entre los autores más conocidos del Renacimiento, podemos mencionar los siguientes:

  • Erasmo de Roterdam, Elogio de la locura
  • Tomás Moro, Utopía
  • Michel de la Montaigne, Ensayos
  • Ludovico Ariosto, Orlando furioso
  • François Rabelais, Gargantúa y Pantagruel
  • Luis de Camoens, Los lusíadas
  • William Shakespeare, Romeo y Julieta
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Literatura medieval

 La literatura de la Edad Media se desarrolló entre el siglo X y el siglo XIV aproximadamente. Estuvo dominada por el pensamiento religioso, el ideal caballeresco, el honor y el amor cortés. Abraza una gran diversidad de expresiones y tendencias. Se desarrollaron ampliamente la prosa, el mester de clerecía, la poesía trovadoresca, el cuento, la novela caballeresca, la novela sentimental, los autos sacramentales y el teatro prehumanista, entre otros géneros. Por ejemplo:

Como dice Aristóteles -y es cosa verdadera-,
el hombre por dos cosas trabaja: la primera,
por tener mantenencia; y la otra cosa era
por poderse juntar con hembra placentera.

Arcipreste de Hita, Libro del buen amor

Entre las obras más importantes podemos mencionar:

  • El cantar del Mío Cid , anónimo
  • Juan Ruiz, arcipreste de de Hita, Libro del buen amor
  • El Cantar de Roldán, anónimo
  • Cantar de los nibelungos, anónimo
  • Geoffrey Chaucer: Cuentos de Canterbury
  • Dante Alighieri: La divina comedia
  • Francisco Petrarca: Cancionero
  • Giovanni Boccaccio: Decamerón
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Literatura Clásica

 Por literatura clásica se hace referencia a la literatura griega y romana de la llamada Antigüedad Clásica, es decir, a la literatura grecolatina que se desarrolla desde el siglo X a.C. hasta el siglo III d.C aproximadamente. La literatura griega se caracterizó por los relatos de héroes mitológicos y hazañas humanas, y por el desarrollo de géneros como la poesía épica, la poesía lírica y el teatro (tragedia y comedia). Algunos de sus más importantes autores y obras fueron:

  • Homero: La Ilíada
  • Safo: Oda a Afrodita
  • Píndaro: Odas olímpicas
  • Sófocles: Edipo Rey
  • Aristófanes: Las ranas

La literatura latina estuvo abierta a la influencia de la cultura griega. Sin embargo, la literatura latina formó rasgos propios, y su espíritu estuvo cargado de mayor pragmatismo. Además de los géneros ya conocidos, desarrollaron también la fábula, la sátira y el epigrama. Algunos ejemplos de sus autores y obras más importantes son:

  • Virgilio: La Eneida
  • Ovidio: Metamorfosis
  • Horacio Quinto Flaco: Odas
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Corrientes literarias

 



Se llaman corrientes literarias a las tendencias de la literatura que comparten rasgos de estilo, temas, estéticas e ideologías propios de determinados períodos de la historia. No necesariamente forman una escuela, sino que son expresión del espíritu de una época.

Hablar de corrientes literarias incluye también a los movimientos literarios y, muchas veces, los términos se usan indistintamente. Algunos autores reservan la expresión movimientos literarios para referir solo a los artistas organizados en torno a un manifiesto. Tales movimientos pueden coexistir con otros, pero no por ello dejan de constituir una corriente literaria.

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¡Qué molesto resulta el goteo de una llave a la hora de querer conciliar el sueño! O el “tic-tac” de un reloj o los pasos desvelados del vecino que vive en el piso de arriba. A una situación similar se enfrenta la señorita Julia, persona alegre, responsable y con una vida tranquila, sin sobresaltos, quien “aún conservaba una tez fresca y aquella tranquila y dulce mirada que le daba un aspecto de infinita bondad”. Unos ruidos extraños cuyo origen no puede descubrir, no la han dejado dormir desde hace un mes. Esto comienza a mermar en todos los ámbitos de su vida de una manera inimaginable.

Como es usual en la narrativa de Amparo Dávila, en esta historia a la que da lectura Margarita Castillo, el horror asalta de manera paulatina, inesperada y realista, pues al generarse en torno a sucesos totalmente cotidianos y posibles, con personajes aparentemente ordinarios y alejados de la fantasía, el lector puede experimentar una sensación de terrible cercanía. 




Leyenda de la flor de cempasúchil

 En el Día de Muertos la flor cempasúchil se convierte en un componente fundamental. Esta flor cuyo nombre proviene del náhualt “cempoalxochitl” y significa “flor de veinte pétalos” se ha convertido en todo un símbolo de la ofrenda de este día tan importante.

Se dice que el olor de los pétalos marca el camino que tienen que recorrer las almas de los difuntos hacia su ofrenda en el mundo de los vivos. Esta leyenda de temática amorosa trata de explicar cuál es el origen de esta flor tan especial.

Dice la leyenda que hace mucho tiempo existieron una niña llamada Xóchitl y un niño llamado Huitzilin.

Ambos crecieron juntos y pasaron mucho tiempo unidos durante la infancia, incluso, iniciaron una historia de amor durante la juventud. Un día, decidieron subir a lo alto de una colina, allí donde el sol deslumbraba con fuerza, pues sabían que allí moraba el Dios del Sol. Su intención era pedirle a Tonatiuh que les diera la bendición para poder seguir unidos. El Dios sol acepto y bendijo su amor.

Pronto, la tragedia llegó a ellos cuando Huitzilin fue enviado a participar en una batalla para defender a su pueblo y tuvo que separarse de Xóchitl.

Pasó un tiempo y Xóchitl se enteró de que su amado había fallecido en el conflicto. La muchacha sintió tanto dolor que le pidió a Tonatiuh unirse con su amado en la eternidad. El Dios del Sol, al ver a la joven tan apenada, decidió convertirla en una hermosa flor. Así que lanzó un rayo dorado sobre ella, entonces, creció en la tierra un botón que permaneció cerrado durante mucho tiempo.

Un día, apareció un colibrí atraído por el aroma de la flor y se posó sobre sus hojas. Fue entonces que la flor se abrió y mostró su color amarillo, como el mismo sol. La flor había reconocido a su amado Huitzilin, el cual ahora tenía forma de colibrí.

Cuenta la leyenda que mientras exista la flor de cempasúchil y haya colibríes, el amor de Xóchitl y Huitzilin vivirá por siempre.

fuente:culturacreativa.com 

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