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La debutante, cuento.


Autora: 
Leonora Carrington

En la época en que fui debutante, solía ir a menudo al parque zoológico. Iba tan a menudo que conocía más a los animales que a las chicas de mi edad. Era porque quería huir del mundo, por lo que me hallaba a diario en el zoológico. El animal que mejor llegué a conocer fue una hiena joven. Ella me conocía a mí también. Era muy inteligente. Le enseñé a hablar francés y a cambio ella me enseñó su lenguaje. Así pasamos muchas horas agradables.

Mi madre había organizado un baile en mi honor para el primero de mayo. ¡Lo qué sufrí durante noches enteras! Siempre he aborrecido los bailes; sobre todo los que se daban en mi honor.

La mañana del uno de mayo de 1934, fui muy temprano a visitar a la hiena.

–¡Qué asco! –le dije–. Esta noche me toca asistir a mi baile.

–Tienes suerte –dijo ella–; a mí me encantaría ir. No sé bailar, pero en cambio sabría mantener una conversación.

–Habrá muchas cosas de comer –dije–. He visto llegar a casa carros repletos de comida.

–Y aún te quejas –replicó la hiena con desaliento–. Mírame a mí: yo solo como una vez al día, y me tienen jeringada con tanta bazofia.

Se me ocurrió una idea audaz; estuve a punto de echarme a reír.

–No tienes más que ir en mi lugar.

–No nos parecemos lo bastante; si no, con gusto iría –dijo la hiena un poco triste.

–Escucha –dije–, con las luces de la noche no se ve muy bien. Con que te disfraces un poco, nadie se fijará en ti en medio de la multitud. Además, tenemos casi la misma estatura. Eres mi única amiga; anda, hazlo por mí. Por favor.

Se puso a pensar en esta posibilidad. Comprendí que estaba deseosa de aceptar.

–De acuerdo –dijo de repente.

No había muchos guardianes cerca, dado lo temprano de la hora. Abrí rápidamente la jaula, y en un instante estuvimos en la calle. Llamé un taxi. En casa, todo el mundo estaba aún en la cama. Una vez en mi cuarto, saqué el vestido que debía ponerme por la noche. Era un poco largo, y la hiena andaba con dificultad con mis zapatos de tacón alto. Encontré unos guantes con que ocultarle las manos, demasiado peludas para parecerse a las mías. Cuando el sol iluminó mi habitación, la hiena dio varias vueltas alrededor, andando más o menos derecha. Estábamos tan ocupadas que mi madre, que entró a darme los buenos días, estuvo a punto de abrir la puerta antes de que la hiena se escondiera debajo de la cama.

–Esta habitación huele mal –dijo mi madre, abriendo la ventana–; antes de esta noche date un baño con mis nuevas sales.

–Por supuesto –le dije.

No se entretuvo mucho. Creo que el olor era demasiado fuerte para ella.

–No te retrases para el desayuno –dijo al irse.

Lo más difícil fue encontrar un disfraz para la cara de la hiena. Estuvimos buscando horas y horas: rechazaba todas mis sugerencias. Por fin dijo:

–Creo que he encontrado la solución. ¿Tenéis criada?

–Sí –dije, perpleja.

–Pues verás: vas a llamar a la criada; cuanto entre, nos lanzamos sobre ella y le arrancamos la cara; llevaré su cara esta noche en lugar de la mía.

–No lo veo muy práctico –dije yo–. Probablemente se morirá en cuanto pierda la cara: alguien encontrará su cadáver, y nos meterán en la cárcel.

–Tengo la suficiente hambre como para comérmela –replicó la hiena.

–¿Y los huesos?

–También –dijo–. ¿Te parece bien?

–Solo si me prometes matarla antes de arrancarle la cara. Si no, le va a doler demasiado.

–Bueno, eso me da igual.

Llamé a Marie, la criada, no sin cierto nerviosismo. Desde luego, no lo habría hecho si no odiara tanto los bailes. Cuando entró Marie, me volví de cara a la pared para no verlo. Debo reconocer que no tardó nada. Un breve grito, y se acabó. Mientras la hiena comía, estuve mirando por la ventana. Unos minutos después, dijo.

–Ya no puedo más; aún me quedan los pies, pero si tienes una bolsa, me los comeré más tarde, a lo largo del día.

–En el armario encontrarás una bolsa bordada con flores de lis. Saca los pañuelos que tiene y quédatela.

Hizo lo que le había indicado. A continuación, dijo:

–Date la vuelta ahora y mira qué guapa estoy.

Delante del espejo, la hiena se admiraba con el rostro de Marie. Se lo había comido todo cuidadosamente hasta el borde de la cara, de forma que quedaba justo lo que le hacía falta.

–Es verdad –dije–; lo has hecho muy bien.

Hacia el atardecer, cuando la hiena estuvo completamente vestida, declaró:

–Me siento en plena forma. Me da la impresión de que voy a tener un gran éxito esta noche.

Después de oír un rato la música de abajo, le dije:

–Ve ahora, y recuerda que no debes ponerte junto a mi madre: seguramente se daría cuenta de que no soy yo. Aparte de ella, no conozco a nadie. Buena suerte –le di un beso para despedirla, aunque exhalaba un olor muy fuerte.

Se había hecho de noche. Cansada por las emociones del día, cogí un libro y me senté junto a la ventana, entregándome a la paz y el descanso. Recuerdo que estaba leyendo Los viajes de Gulliver, de Jonathan Swift. Al cabo de una hora, quizá, surgió el primer signo de inquietud. Un murciélago entró por la ventana profiriendo grititos. Los murciélagos me dan un miedo espantoso. Me escondí detrás de una silla, castañeteándome los dientes. Apenas me había arrodillado, cuando un gran ruido procedente de la puerta sofocó el batir de alas. Entró mi madre, pálida de furia.

–Acabábamos de sentarnos a la mesa –dijo–, cuando el ser ese que ha ocupado tu sitio se ha levantado gritando: “Conque mi olor es un poco fuerte, ¿eh? Pues no como pasteles.” A continuación se ha arrancado la cara y se la ha comido. Después ha dado un gran salto y ha desaparecido por la ventana.

FIN

Tomado de la Ciudad Seva

Bestiario, Minicuento

 


Autor: Mario Benedetti

La asamblea anual de la Fauna Artística y Literaria fue convocada, en primera citación, a las 20 horas, y en segunda a las 21, pero solo se logró el quórum necesario en el segundo llamado.

Faltaron con aviso el Mastín de los Baskerville, el Cisne de Saint Saëns y Moby Dick de Melville; sin aviso, las Moscas de Sartre y la Trucha de Schubert. Estuvieron presentes: el Loro de Flaubert, el Asno de Buridán, la Paloma de Picasso, los Centauros de Darío, el Cuervo de Poe, el Rinoceronte de Ionesco y las Avispas de Aristófanes.

En el Orden del Día figuraba un punto único: la designación del Rinoceronte de Ionesco como presidente vitalicio y omnímodo.

El Centauro (Orneo) de Darío comenzó diciendo: «Yo comprendo el secreto de la bestia.»

El Asno de Buridán no pronunció palabra pero dio a entender que ni fu ni fa.

El Loro de Flaubert tuvo una intervención tripartita e insólita: «Cocu, mon petit coco», «As-tu déjeuné, Jako?», «J’ai du bon tabac».

Otro Centauro (Caumantes) de Darío apoyó a su congénere Orneo: «El monstruo expresa un ansia del corazón del Orbe.»

El Rinoceronte de Ionesco movió lentamente el cuerno pálido y manchado, como un modo sutil de darse por aludido.

La Paloma de Picasso se acercó volando y su breve excremento cayó como un decisivo comentario sobre la impenetrable testa del candidato.

No obstante, la propuesta de los Centauros de Darío flotaba en el aire, de modo que las Avispas de Aristófanes opinaron a cappella: «No, nunca, jamás, mientras me quede un soplo de vida.»

El Loro de Flaubert, reiterativo, pretendió intervenir:

«Cocu, mon petit coco», pero el Cuervo de Poe abrió por fin su pico. Todos callaron, hasta el Loro.

Dijo el Cuervo: «Nunca más.»

FIN

Tomado de Ciudad Seva

Cuentos para no dormir: “La bestia en la cueva”


Por HP. Lovecraft

La horrible conclusión que se había ido abriendo camino en mi espíritu de manera gradual era ahora una terrible certeza. Estaba perdido por completo, perdido sin esperanza en el amplio y laberíntico recinto de la caverna de Mamut. Dirigiese a donde dirigiese mi esforzada vista, no podía encontrar ningún objeto que me sirviese de punto de referencia para alcanzar el camino de salida. No podía mi razón albergar la más ligera esperanza de volver jamás a contemplar la bendita luz del día, ni de pasear por los valles y las colinas agradables del hermoso mundo exterior. La esperanza se había desvanecido. A pesar de todo, educado como estaba por una vida entera de estudios filosóficos, obtuve una satisfacción no pequeña de mi conducta desapasionada; porque, aunque había leído con frecuencia sobre el salvaje frenesí en el que caían las víctimas de situaciones similares, no experimenté nada de esto, sino que permanecí tranquilo tan pronto como comprendí que estaba perdido.

Tampoco me hizo perder ni por un momento la compostura la idea de que era probable que hubiese vagado hasta más allá de los límites en los que se me buscaría. Si había de morir -reflexioné-, aquella caverna terrible pero majestuosa sería un sepulcro mejor que el que pudiera ofrecerme cualquier cementerio; había en esta concepción una dosis mayor de tranquilidad que de desesperación.

Mi destino final sería perecer de hambre, estaba seguro de ello. Sabía que algunos se habían vuelto locos en circunstancias como esta, pero no acabaría yo así. Yo solo era el causante de mi desgracia: me había separado del grupo de visitantes sin que el guía lo advirtiera; y, después de vagar durante una hora aproximadamente por las galerías prohibidas de la caverna, me encontré incapaz de volver atrás por los mismos vericuetos tortuosos que había seguido desde que abandoné a mis compañeros.

Mi antorcha comenzaba a expirar, pronto estaría envuelto en la negrura total y casi palpable de las entrañas de la tierra. Mientras me encontraba bajo la luz poco firme y evanescente, medité sobre las circunstancias exactas en las que se produciría mi próximo fin. Recordé los relatos que había escuchado sobre la colonia de tuberculosos que establecieron su residencia en estas grutas titánicas, por ver de encontrar la salud en el aire sano, al parecer, del mundo subterráneo, cuya temperatura era uniforme, para su atmósfera e impregnado su ámbito de una apacible quietud; en vez de la salud, habían encontrado una muerte extraña y horrible. Yo había visto las tristes ruinas de sus viviendas defectuosamente construidas, al pasar junto a ellas con el grupo; y me había preguntado qué clase de influencia ejercía sobre alguien tan sano y vigoroso como yo una estancia prolongada en esta caverna inmensa y silenciosa. Y ahora, me dije con lóbrego humor, había llegado mi oportunidad de comprobarlo; si es que la necesidad de alimentos no apresuraba con demasiada rapidez mi salida de este mundo.

Resolví no dejar piedra sin remover, ni desdeñar ningún medio posible de escape, en tanto que se desvanecían en la oscuridad los últimos rayos espasmódicos de mi antorcha; de modo que -apelando a toda la fuerza de mis pulmones- proferí una serie de gritos fuertes, con la esperanza de que mi clamor atrajese la atención del guía. Sin embargo, pensé mientras gritaba que mis llamadas no tenían objeto y que mi voz -aunque magnificada y reflejada por los innumerables muros del negro laberinto que me rodeaba- no alcanzaría más oídos que los míos propios.

Al mismo tiempo, sin embargo, mi atención quedó fijada con un sobresalto al imaginar que escuchaba el suave ruido de pasos aproximándose sobre el rocoso pavimento de la caverna.

¿Estaba a punto de recuperar tan pronto la libertad? ¿Habrían sido entonces vanas todas mis horribles aprensiones? ¿Se habría dado cuenta el guía de mi ausencia no autorizada del grupo y seguiría mi rastro por el laberinto de piedra caliza? Alentado por estas preguntas jubilosas que afloraban en mi imaginación, me hallaba dispuesto a renovar mis gritos con objeto de ser descubierto lo antes posible, cuando, en un instante, mi deleite se convirtió en horror a medida que escuchaba: mi oído, que siempre había sido agudo, y que estaba ahora mucho más agudizado por el completo silencio de la caverna, trajo a mi confusa mente la noción temible e inesperada de que tales pasos no eran los que correspondían a ningún ser humano mortal. Los pasos del guía, que llevaba botas, hubieran sonado en la quietud ultraterrena de aquella región subterránea como una serie de golpes agudos e incisivos. Estos impactos, sin embargo, eran blandos y cautelosos, como producidos por las garras de un felino. Además, al escuchar con atención me pareció distinguir las pisadas de cuatro patas, en lugar de dos pies.

Quedé entonces convencido de que mis gritos habían despertado y atraído a alguna bestia feroz, quizás a un puma que se hubiera extraviado accidentalmente en el interior de la caverna. Consideré que era posible que el Todopoderoso hubiese elegido para mí una muerte más rápida y piadosa que la que me sobrevendría por hambre; sin embargo, el instinto de conservación, que nunca duerme del todo, se agitó en mi seno; y aunque el escapar del peligro que se aproximaba no serviría sino para preservarme para un fin más duro y prolongado, determiné a pesar de todo vender mi vida lo más cara posible. Por muy extraño que pueda parecer, no podía mi mente atribuir al visitante intenciones que no fueran hostiles. Por consiguiente, me quedé muy quieto, con la esperanza de que la bestia -al no escuchar ningún sonido que le sirviera de guía- perdiese el rumbo, como me había sucedido a mí, y pasase de largo a mi lado. Pero no estaba destinada esta esperanza a realizarse: los extraños pasos avanzaban sin titubear, era evidente que el animal sentía mi olor, que sin duda podía seguirse desde una gran distancia en una atmósfera como la caverna, libre por completo de otros efluvios que pudieran distraerlo.

Me di cuenta, por tanto, de que debía estar armado para defenderme de un misterioso e invisible ataque en la oscuridad y tanteé a mi alrededor en busca de los mayores entre los fragmentos de roca que estaban esparcidos por todas partes en el suelo de la caverna, y tomando uno en cada mano para su uso inmediato, esperé con resignación el resultado inevitable. Mientras tanto, las horrendas pisadas de las zarpas se aproximaban. En verdad, era extraña en exceso la conducta de aquella criatura. La mayor parte del tiempo, las pisadas parecían ser las de un cuadrúpedo que caminase con una singular falta de concordancia entre las patas anteriores y posteriores, pero -a intervalos breves y frecuentes- me parecía que tan solo dos patas realizaban el proceso de locomoción. Me preguntaba cuál sería la especie de animal que iba a enfrentarse conmigo; debía tratarse, pensé, de alguna bestia desafortunada que había pagado la curiosidad que la llevó a investigar una de las entradas de la temible gruta con un confinamiento de por vida en sus recintos interminables. Sin duda le servirían de alimento los peces ciegos, murciélagos y ratas de la caverna, así como alguno de los peces que son arrastrados a su interior cada crecida del Río Verde, que comunica de cierta manera oculta con las aguas subterráneas. Ocupé mi terrible vigilia con grotescas conjeturas sobre las alteraciones que podría haber producido la vida en la caverna sobre la estructura física del animal; recordaba la terrible apariencia que atribuía la tradición local a los tuberculosos que allí murieron tras una larga residencia en las profundidades. Entonces recordé con sobresalto que, aunque llegase a abatir a mi antagonista, nunca contemplaría su forma, ya que mi antorcha se había extinguido hacía tiempo y yo estaba por completo desprovisto de fósforos. La tensión de mi mente se hizo entonces tremenda. Mi fantasía dislocada hizo surgir formas terribles y terroríficas de la siniestra oscuridad que me rodeaba y que parecía verdaderamente apretarse en torno de mi cuerpo. Parecía yo a punto de dejar escapar un agudo grito, pero, aunque hubiese sido lo bastante irresponsable para hacer tal cosa, a duras penas habría respondido mi voz. Estaba petrificado, enraizado al lugar en donde me encontraba. Dudaba que pudiera mi mano derecha lanzar el proyectil a la cosa que se acercaba, cuando llegase el momento crucial. Ahora el decidido “pat, pat” de las pisadas estaba casi al alcance de la mano; luego, muy cerca. Podía escuchar la trabajosa respiración del animal y, aunque estaba paralizado por el terror, comprendí que debía de haber recorrido una distancia considerable y que estaba correspondientemente fatigado. De pronto se rompió el hechizo; mi mano, guiada por mi sentido del oído -siempre digno de confianza- lanzó con todas sus fuerzas la piedra afilada hacia el punto en la oscuridad de donde procedía la fuerte respiración, y puedo informar con alegría que casi alcanzó su objetivo: escuché cómo la cosa saltaba y volvía a caer a cierta distancia; allí pareció detenerse.

Después de reajustar la puntería, descargué el segundo proyectil, con mayor efectividad esta vez; escuché caer la criatura, vencida por completo, y permaneció yaciente e inmóvil. Casi agobiado por el alivio que me invadió, me apoyé en la pared. La respiración de la bestia se seguía oyendo, en forma de jadeantes y pesadas inhalaciones y exhalaciones; deduje de ello que no había hecho más que herirla. Y entonces perdí todo deseo de examinarla. Al fin, un miedo supersticioso, irracional, se había manifestado en mi cerebro, y no me acerqué al cuerpo ni continué arrojándole piedras para completar la extinción de su vida. En lugar de esto, corrí a toda velocidad en lo que era -tan aproximadamente como pude juzgarlo en mi condición de frenesí- la dirección por la que había llegado hasta allí. De pronto escuché un sonido, o más bien una sucesión regular de sonidos. Al momento siguiente se habían convertido en una serie de agudos chasquidos metálicos. Esta vez no había duda: era el guía. Entonces grité, aullé, reí incluso de alegría al contemplar en el techo abovedado el débil fulgor que sabía era la luz reflejada de una antorcha que se acercaba. Corrí al encuentro del resplandor y, antes de que pudiese comprender por completo lo que había ocurrido, estaba postrado a los pies del guía y besaba sus botas mientras balbuceaba -a despecho de la orgullosa reserva que es habitual en mí- explicaciones sin sentido, como un idiota. Contaba con frenesí mi terrible historia; y, al mismo tiempo, abrumaba a quien me escuchaba con protestas de gratitud. Volví por último a algo parecido a mi estado normal de conciencia. El guía había advertido mi ausencia al regresar el grupo a la entrada de la caverna y -guiado por su propio sentido intuitivo de la orientación- se había dedicado a explorar a conciencia los pasadizos laterales que se extendían más allá del lugar en el que había hablado conmigo por última vez; y localizó mi posición tras una búsqueda de más de tres horas.

Después de que hubo relatado esto, yo, envalentonado por su antorcha y por su compañía, empecé a reflexionar sobre la extraña bestia a la que había herido a poca distancia de allí, en la oscuridad, y sugerí que averiguásemos, con la ayuda de la antorcha, qué clase de criatura había sido mi víctima. Por consiguiente volví sobre mis pasos, hasta el escenario de la terrible experiencia. Pronto descubrimos en el suelo un objeto blanco, más blanco incluso que la reluciente piedra caliza. Nos acercamos con cautela y dejamos escapar una simultánea exclamación de asombro. Porque éste era el más extraño de todos los monstruos extranaturales que cada uno de nosotros dos hubiera contemplado en la vida. Resultó tratarse de un mono antropoide de grandes proporciones, escapado quizás de algún zoológico ambulante: su pelaje era blanco como la nieve, cosa que sin duda se debía a la calcinadora acción de una larga permanencia en el interior de los negros confines de las cavernas; y era también sorprendentemente escaso, y estaba ausente en casi todo el cuerpo, salvo de la cabeza; era allí abundante y tan largo que caía en profusión sobre los hombros. Tenía la cara vuelta del lado opuesto a donde estábamos, y la criatura yacía casi directamente sobre ella. La inclinación de los miembros era singular, aunque explicaba la alternancia en su uso que yo había advertido antes, por lo que la bestia avanzaba a veces a cuatro patas, y otras en sólo dos. De las puntas de sus dedos se extendían uñas largas, como de rata. Los pies no eran prensiles, hecho que atribuí a la larga residencia en la caverna que, como ya he dicho antes, parecía también la causa evidente de su blancura total y casi ultraterrena, tan característica de toda su anatomía. Parecía carecer de cola.

La respiración se había debilitado mucho, y el guía sacó su pistola con la clara intención de despachar a la criatura, cuando de súbito un sonido que ésta emitió hizo que el arma se le cayera de las manos sin ser usada. Resulta difícil describir la naturaleza de tal sonido. No tenía el tono normal de cualquier especie conocida de simios, y me pregunté si su cualidad extranatural no sería resultado de un silencio completo y continuado por largo tiempo, roto por la sensación de llegada de luz, que la bestia no debía de haber visto desde que entró por vez primera en la caverna. El sonido, que intentaré describir como una especie de parloteo en tono profundo, continuó débilmente.

Al mismo tiempo, un fugaz espasmo de energía pareció conmover el cuerpo del animal. Las garras hicieron un movimiento convulsivo, y los miembros se contrajeron. Con una convulsión del cuerpo rodó sobre sí mismo, de modo que la cara quedó vuelta hacia nosotros. Quedé por un momento tan petrificado de espanto por los ojos de esta manera revelados que no me apercibí de nada más. Eran negros aquellos ojos; de una negrura profunda en horrible contraste con la piel y el cabello de nívea blancura. Como los de las otras especies cavernícolas, estaban profundamente hundidos en sus órbitas y por completo desprovistos de iris. Cuando miré con mayor atención, vi que estaban enclavados en un rostro menos prognático que el de los monos corrientes, e infinitamente menos velludo. La nariz era prominente. Mientras contemplábamos la enigmática visión que se representaba a nuestros ojos, los gruesos labios se abrieron y varios sonidos emanaron de ellos, tras lo cual la cosa se sumió en el descanso de la muerte.

El guía se aferró a la manga de mi chaqueta y tembló con tal violencia que la luz se estremeció convulsivamente, proyectando en la pared fantasmagóricas sombras en movimiento.

Yo no me moví; me había quedado rígido, con los ojos llenos de horror, fijos en el suelo delante de mí.

El miedo me abandonó, y en su lugar se sucedieron los sentimientos de asombro, compasión y respeto; los sonidos que murmuró la criatura abatida que yacía entre las rocas calizas nos revelaron la tremenda verdad: la criatura que yo había matado, la extraña bestia de la cueva maldita, era -o había sido alguna vez- ¡¡¡un hombre!!!

Cuento tomado de: Ciudad Seva


ALICIA A TRAVÉS DEL ESPEJO. Alicia a través del espejo es una relato tan divertido, emocionantes y sorprendente como una partida de ajedrez, en la que Alicia sorteará diversas trabas mientras recorre las casillas, para finalmente, convertirse en la Reina Alicia con la ayuda del Caballero Blanco.

 

Día Mundial de la Poesía 2021

21 de Marzo, Día Mundial de la Poesía

 

21MARZO

El Día Mundial de la Poesía, celebrado cada año el 21 de marzo, conmemora una de las formas más preciadas de la expresión e identidad y lingüística de la humanidad. La poesía, practicada a lo largo de la historia en todas las culturas y en todos los continentes, habla de nuestra humanidad común y de nuestros valores compartidos, transformando el poema más simple en un poderoso catalizador del diálogo y la paz.

La UNESCO adoptó por primera vez el 21 de marzo como Día Mundial de la Poesía durante su 30ª Conferencia General en París en 1999, con el objetivo de apoyar la diversidad lingüística a través de la expresión poética y fomentar la visibilización de aquellas lenguas que se encuentran en peligro.

El Día Mundial de la Poesía es una ocasión para honrar a los poetas, revivir tradiciones orales de recitales de poesía, promover la lectura, la escritura y la enseñanza de la poesía, fomentar la convergencia entre la poesía y otras artes como el teatro, la danza, la música y la pintura, y aumentar la visibilidad de poesía en los medios. A medida que la poesía continúa uniendo personas en todos los continentes, todos están invitados a unirse.

#Diferentecomotú #La34valoralaDiversidad



 

Huitzilopochtli, Dios de la historia de los Aztecas, Eva Alexandra Uchmany

En el presente ensayo pretendemos resaltar las características de un dios cuya vida e historia están Íntimamente ligados con el acontecer de la tribu o del pueblo que lo adora. En la concepción politeísta todos los dioses tienen historia. Sin embargo, hay que distinguir entre un dios que tiene historia y entre un dios histórico. Éste, aunque puede carecer totalmente de historia, lo que es un rasgo fundamental de la concepción monoteísta hebrea, rige el acontecer en sí o el de su pueblo. Los dos últimos tópicos dependen de las circunstancias en las cuales se encuentra el pueblo en cuestión.
 

Los nombres de los dioses mexicas, Daniele Dehouve


 Resumen: Los dioses mexicas recibían distintos nombres que oscilaban entre cuatro y treinta, varios de éstos podían ser compartidos por distintas deidades. El artículo lleva a cabo una interpretación pragmática de estas apelaciones en su contexto, tomando como ejemplo los treinta nombres de Tezcatlipoca y la terminología de parentesco aplicada a las deidades. Muestra que, al contrario de lo que piensa la mayoría de los investigadores, el hecho de que dos dioses compartan la misma apelación no significa que tengan una identidad cercana, ya que los nombres de los dioses son polisémicos. Propone que el sistema de nominación de los dioses obedece a dos principios organizadores: la serie de actividades que define la función y la serie de funciones que define la identidad del dios. Palabras clave: nombres, dioses, mexicas, Tezcatlipoca, parentesco

Dioses del México Antiguo

 La muestra Dioses del México antiguo, que reúne alrededor de 200 piezas, entre esculturas, vasijas, relieves, lápidas, máscaras y utensilios diversos de origen prehispánico, constituye un acervo ilustrativo de la recreación plástica que se hizo de los dioses en el mundo mesoamericano. La historia de los pueblos prehispánicos revela una riqueza inagotable de expresiones artísticas que fueron permeadas por un profundo espíritu religioso. Tanto el grado de complejidad de las estructuras sociales como las relaciones entre diversas culturas se han llegado a conocer a través de los vestigios del culto a las deidades, que conforman el panteón de las civilizaciones mesoamericanas Tal es el caso de los dioses Huehuetéotl, Tláloc, o Quetzalcóatl cuya presencia, bajo diversas formas, es una constante en diferentes regiones.


 

Las mujeres en la historia de México

https://mxcity.mx/2019/03/10-mujeres-que-cambiaron-el-curso-de-la-historia-en-mexico/ 

Las 100 mujeres que cambiaron el mundo

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1. Marie Curie, 1867-1934

Esta pionera en el campo de la radiactividad —incluso acuñó el término— fue la primera mujer profesora en la Universidad de París y la primera persona que recibió dos premios Nobel, uno en Física y otro en Química. Sus descubrimientos abrieron el camino a los tratamientos del cáncer.

Marie Curie, científica polaco-francesa, descubridora del radio y el polonio, pionera de los tratamientos contra el cáncer (Museo de Ciencia y Tecnología de Suecia)
Marie Curie, científica polaco-francesa, descubridora del radio y el polonio, pionera de los tratamientos contra el cáncer (Museo de Ciencia y Tecnología de Suecia)

Nació en Varsovia, cuando Polonia era territorio del imperio ruso, y comenzó a estudiar allí, de manera clandestina, ciencias. En Francia conoció, en la universidad, a su marido y colaborador, Pierre Curie, con quien identificaría dos nuevos elementos: el radio y el polonio. La manipulación de esos materiales radiactivos le causaría una anemia aplásica.

Tras la muerte de su esposo recolectó una pequeña fortuna en distintos países para continuar la investigación de tratamientos contra el cáncer y fundar laboratorios. Pronto estalló la Primera Guerra Mundial: ayudó entonces a equipar las ambulancias con rayos X, y en ocasiones las manejó personalmente hasta el frente de batalla.

Patricia Fara, presidenta de la Sociedad Británica para la Historia de la Ciencia —quien nominó a la física, originalmente llamada Maria Salomea Skłodowska— la describió como una mujer que nunca tuvo la suerte de su lado: "En Polonia, su familia patriótica sufrió bajo el régimen ruso. En Francia la miraban con suspicacia por extranjera y, por supuesto, allí donde fuera, era discriminada por ser mujer".

2. Rosa Parks, 1913-2005

Esta hija de una maestra y de un carpintero creció en el corazón del sur racista de los Estados Unidos en plenos años de leyes y costumbres de segregación: Alabama a comienzos del siglo XX. En 1950, ya militante del movimiento de derechos civiles, comenzó a trabajar en la National Association for the Advancement of Colored People de Montgomery.

La activista contra la segregación —las leyes Jim Crow— fue una leyenda en vida: Rosa Parks inspiró al movimiento por los derechos civiles. (Underwood Archives/Getty Images)
La activista contra la segregación —las leyes Jim Crow— fue una leyenda en vida: Rosa Parks inspiró al movimiento por los derechos civiles. (Underwood Archives/Getty Images)

Entonces la separación de blancos y afroamericanos en el transporte público era regla, desde que la Corte Suprema había establecido, en el caso Plessy vs. Ferguson de 1896, que las instalaciones racialmente separadas no eran inconstitucionales si eran iguales. Aunque otras personas habían protestado del mismo modo, el acto de Parks el 1 de diciembre de 1955 encendió la mecha que hizo estallar el movimiento de derechos civiles:

—¿Por qué se niega? —le preguntó la policía, cuando la arrestaba por no levantarse de un asiento de bus, tal como le indicó el conductor, para dejárselo a un pasajero blanco.

¿Por qué andan todos ustedes empujándonos por todas partes? —ella preguntó a su vez.

En la década de 1960 distintas instancias cambiaron el panorama para terminar con la segregación que discriminaba a los afroamericanos.

3. Emmeline Pankhurst, 1858–1928

Emmeline Pankhurst, la famosa sufragista británica. (División de Impresiones y Fotografías de la Biblioteca del Congreso de los Estados Unidos)
Emmeline Pankhurst, la famosa sufragista británica. (División de Impresiones y Fotografías de la Biblioteca del Congreso de los Estados Unidos)

Antes de que Meryl Streep encarnara su vida en Sufragistas, la luchadora por el derecho al voto femenino era tan popular que Disney le dedicó la canción "Sister Suffragette" en la película Mary Poppins. En 1903 Emmeline Pankhust fundó la Unión Social y Política de Mujeres (WSPU) para abrir el voto parlamentario a las mujeres.

Miles la siguieron en un movimiento de demanda, que recurrió al incendio de comercios y el ataque a los domicilios de políticos conservadores, sin precedentes en la historia británica. Fue detenida 13 veces, algunas con sus hijas. Se describió a sí misma encarcelada"como "un ser humano en el proceso de ser transformado en una bestia salvaje" e hizo varias huelgas de hambre.

Su lema, "acciones, no palabras", resultó perdurable. La WSPU, cercana al Partido Laborista independiente, fue un factor determinante en la obtención del sufragio de las mujeres en el Reino Unido.

4. Ada Lovelace, 1815–1852

Aunque Silicon Valley se destaca por la fuerte impronta sexista de su cultura, la primera programadora fue mujer. Augusta Ada King, nacida Byron —la única hija que el poeta Lord Byron tuvo dentro de su matrimonio con Anne Isabella Noel—, trabajó con Charles Babbage en la creación que el matemático llamó la Máquina Analítica; pero aunque él sólo consideraba que su creación servía para cálculos de números, la condesa de Lovelace estimó que podía ejecutar otras habilidades.

Ada King, condesa de Lovelace, programadora. (Acuarela de Alfred Edward Chalon)
Ada King, condesa de Lovelace, programadora. (Acuarela de Alfred Edward Chalon)

En sus Notas dejó el primer algoritmo que se escribió para que procesara una máquina; entre 1842 y 1843 tradujo un texto del ingeniero (y luego primer ministro de Italia) Luigi Menabrea, que enriqueció con sus interpretaciones. Sin embargo, su trabajo no fue valorado sino de manera póstuma. Su máquina voladora a vapor no fue más que un sueño que se recordó a sí misma muchas veces; Babbage no la consideró nunca más que una asistente.

La máquina era, para ella, un objeto capaz de realizar diferentes procesos: "El Motor Analítico teje patrones algebraicos igual que el telar jacquard teje flores y hojas", escribió, y precisamente sugirió el uso extendido de las tarjetas perforadas. Su pensamiento científico era, en sus palabras, "ciencia poética".

A pesar de su fascinación por la matemática, Lovelace se casó con el hombre que eligió su madre. Murió a los 36 años, de cáncer.

5 Rosalind Franklin, 1920–1958

Rosalind Franklin MRC Laboratory of Molecular Biology/Jenifer Glynn
Rosalind Franklin MRC Laboratory of Molecular Biology/Jenifer Glynn

Cuando se habla de estudios pioneros del ADN, se piensa en —por caso— James Dewey Watson. Pero menos reconocida, esta cristalógrafa británica no sólo contribuyó de manera importante a la comprensión de la estructura básica de la vida, sino que logró las primeras imágenes —mediante la difracción de rayos X— de la doble hélice.

La famosa foto 51, que muestra una cruz oscura de puntos, fue tomada en King's College, una institución destacada por su sexismo en el momento. Con sólo otra investigadora mujer, la química Rosalind Franklin sufrió un desprecio constante de sus pares varones. Sin su hallazgo sobre la fundación química de la herencia, no se conocerían el genoma humano ni la ingeniería genética. En vida fue reconocida por sus trabajos sobre la estructura de los virus y el carbón.

6. Margaret Thatcher, 1925–2013

October 1985: British prime minister Margaret Thatcher looking pensive at the Conservative Party Conference in Blackpool. (Photo by Hulton Archive/Getty Images)
October 1985: British prime minister Margaret Thatcher looking pensive at the Conservative Party Conference in Blackpool. (Photo by Hulton Archive/Getty Images)

La Dama de Hierro —como se la llamó— fue la primera mujer en ocupar la jefatura de gobierno del Reino Unido, en 1979. Inició una completa transformación del país: la privatización de empresas estatales, la limitación de los beneficios sociales, la desregularización del sector financiero y la flexibilización laboral son algunas de las marcas que dejó el thatcherismo, como se llamó, en su honor, la política conservadora que comenzó a desplegarse en los últimos años de la guerra fría.

Margaret Thatcher fue una pionera opositora a la oposición de que los británicos participaran en la Unión Europea; su completo alineamiento con los Estados Unidos—entonces, con Ronald Reagan en la presidencia— marcó su política exterior. En medio del descontento por el desempleo y el conflicto en Irlanda del Norte, la dictadura argentina le declaró la Guerra de Malvinas, y en 1982 la primera ministra recuperó su popularidad. Fue nombrada baronesa, lo cual le valió un lugar vitalicio entre los Tories.

7. Angela Burdett-Coutts, 1814–1906

Angela Burdett-Coutts, fue nombrada noble por su tarea filantrópica. (National Portrait Gallery)
Angela Burdett-Coutts, fue nombrada noble por su tarea filantrópica. (National Portrait Gallery)

La Reina Victoria la convirtió en la primera mujer a la que se le otorgó un título de nobleza suo jure, por sus méritos en la tarea filantrópica. La baronesa así nombrada no pudo trabajar en el Banco Coutts a pesar de que heredó las acciones y la fortuna de su abuelo, £1,8 millones (equivalentes a £150 millones en 2016, o USD 193 millones), y se dedicó a trabajar por los pobres.

Financió el desarrollo del Este de Londres, donde multiplicó los proyectos sociales. Trabajó con el escritor Charles Dickens, quien era cliente del banco familiar, en la cofundación del hogar Urania Cottage, para ofrecer una alternativa de vida a jóvenes prostitutas. También fundó escuelas y contribuyó con la Iglesia de Inglaterra.

8. Mary Wollstonecraft, 1759–1797

Mary Wollstonecraft, pionera feminista, escritora, pensadora. (Retrato de John Opie)
Mary Wollstonecraft, pionera feminista, escritora, pensadora. (Retrato de John Opie)

Escribió ficción, ensayos, un libro de viaje y otro para niños. Su obra Vindicación de los derechos de la mujer, de 1792, fue el emblema de generaciones de feministas: argumentó allí que las mujeres no son inferiores al hombre por naturaleza sino porque no reciben la misma educación. Muy influida por la Revolución Francesa, planteó un orden social igualitario, basado en el tratamiento de todas las personas como sujetos racionales.

Su vida no convencional —se le conocieron dos grandes romances antes de su matrimonio con el precursor del anarquismo William Godwin, con quien tuvo a su hija Mary Shelley, autora de Frankenstein, y murió poco después del parto— fue objeto de crítica y veneración. Hoy se la considera un pilar indiscutible del feminismo.

9. Florence Nightingale, 1820–1910

Florence luchó contra los prejuicios de su época y buscó su destino a fuerza de trabajo
Florence luchó contra los prejuicios de su época y buscó su destino a fuerza de trabajo

La primera mujer que recibió la Orden al Mérito del Reino Unido —entre otros honores—, la creadora de un modelo profesional de la enfermería fue también escritora y aplicó sus conocimientos de matemática a la estadística sobre epidemiología.

Florence Nightingale dirigió el primer equipo oficial de enfermeras militares en Turquía, durante la guerra de Crimea; observó entonces que más soldados morían por enfermedad que por el resultado directo de sus heridas. "La dama de la lámpara" —como la llamaron porque realizaba rondas nocturnas de control de los pacientes— se dedicó entonces a estudiar cómo reducir las muertes evitables en campaña. Creó la escuela de enfermería en el hospital Saint Thomas y su trabajo inspiró los comienzos de la Cruz Roja.

10. Marie Stopes, 1880–1958

Marie Stopes (Wikicommons)
Marie Stopes (Wikicommons)

Esta paleobotánica escocesa, polémica por sus concepciones sobre la eugenesia, fue una pionera del control de la natalidad y abrió la primera clínica para difundir los métodos anticonceptivos en un barrio de trabajadores al norte de Londres, en 1921, con su segundo marido, Humphrey Verdon Roe. Su libro Married Love causó gran polémica; lo mismo sucedió con el segundo, Wise Parenthood, que daba consejos explícitos sobre anticoncepción, al igual que su publicación Birth Control News.

11. Leonor de Aquitania , 1122–1204

Nacida en Poitiers, la duquesa de Aquitania y Guyena y condesa de Gascuña fue una de las mujeres más ricas de la Edad Media: a la muerte de su hermano Guillermo heredó el ducado cuya extensión superaba los dominios directos del rey de Francia. Su primer matrimonio, con Luis VII, la convirtió en reina consorte; tras su divorcio se volvió a casar, con el futuro Enrique II de Inglaterra. Ocupó así una posición singular, y de enorme importancia, en la historia medieval de ambos países.

12. Virgen María, Siglo I aC-Siglo I de la era moderna

Tanto cristianos como musulmanes veneran a quien fuera la madre de Jesús, probablemente la mujer más famosa de la historia. El Nuevo Testamento elucida detalles de su vida.

13. Jane Austen , 1775–1817

Retrato dela escritora Jane Austen, realizado por su hermana, Cassandra Austen.
Retrato dela escritora Jane Austen, realizado por su hermana, Cassandra Austen.

Acaso la más brillante e irónica exploradora de temas sociales como el estatus y el matrimonio, esta novelista se convirtió en una de las figuras más famosas de la historia inglesa. Sus obras nunca perdieron interés, y la cultura popular de los siglos XX y XXI la multiplicó en películas y series de televisión: Orgullo y prejuicioSensatez y sentimientosMansfield Park entre ellas.

14. Boudicca, alrededor de 30–61

La reina guerrera de los icenos durante la ocupación romana de Britania, fue la guía de varias tribus en una revuelta celta contra el mando del emperador Nerón. Llegó a estar a cargo de 100.000 hombres y expulsó a los romanos de Colchester (que era su capital en el territorio), Londres y Saint Albans. En un momento de la avanzada de Boudica, Nerón llegó a considerar la retirada. Pero en una última batalla el gobernador Cayo Suetonio Paulino la derrotó. Según Tácito, la mujer cuyo nombre significaba Victoria se suicidó; según Dion Casio, murió de enfermedad.

15. Diana, princesa de Gales, 1961–97

La princesa de Gales, Diana Spencer, con sus hijos, Harry y William.
La princesa de Gales, Diana Spencer, con sus hijos, Harry y William.

En 1981 Carlos, hijo de la reina Isabel, se casó con la joven Diana Spencer porque "quería hacer lo correcto para el país", según dijo a un amigo. El mundo entero —más de 700 millones de personas, se estima— miró su boda por televisión. El desdichado matrimonio terminó en divorcio en 1996, luego de años de construcción del primer ícono de la celebridad tal como se comprende hoy: a la vez confesional y jubilosa.

La prensa siguió cada paso de la vida de Lady Di: su lucha contra la bulimia, la felicidad que encontró con sus hijos, los príncipes William y Harry; las infidelidades de Carlos con su actual esposa, Camilla Parker-Bowles; la antipatía que sentía por ella la casa real; sus romances; su separación y, por fin, su muerte, en un accidente en París, mientras la perseguían los paparazziSu trabajo social —por el cual fue llamada "la princesa del pueblo"— se centró en los niños y los enfermos de cáncer, HIV y trastornos mentales.

16. Amelia Earhart, 1897-alrededor de 1937, aviadora.

17. Victoria, 1819-1901, reina de Inglaterra.

18. Josephine Butler, 1828-1906, feminista.

19. Mary Seacole, 1805-1881, enfermera.

20. Madre Teresa, 1910-97, monja católica.

21. Mary Shelley, 1797-1851, escritora.

22. Catalina la Grande, 1729-1796, emperatriz de Rusia.

23. Vera Atkins, 1908-2000, oficial de inteligencia británica.

24. Cleopatra, 69 aC-30 a C., reina de Egipto.

25. Elizabeth Fry, 1780-1845,  activista social.

26. Mary Anning, 1799-1847, paleontóloga.

27. Juana de Arco, 1412-1431, militar y mártir.

28. Isabel, 1451-1504, reina de Castilla.

29. Catalina de Siena, 1347-1380, filósofa y teóloga, santa.

30. Wangari Maathai, 1940-2011, activista ecologista.

31. Virginia Woolf, 1882-1941, escritora.

32. Simone de Beauvoir, 1908-1986, escritora y filósofa.

33. Grace Hopper, 1906-1992, informática.

34. Frida Kahlo, 1907-1954, artista.

35. Teodora, alrededor de 497-548, emperatriz bizantina.

36. Hipatia, alrededor de 355-415, filósofa de la Grecia antigua.

37. Eleanor Rathbone, 1872-1946, parlamentaria y benefactora.

38. Sacagawea, 1788-1812, exploradora e intérprete de la tribu Shoshone.

39. Nellie Bly, 1864-1922, periodista pionera.

40. Lise Meitner, 1878-1968, física.

41. Catalina de Medici, 1519-1589, reina de Francia.

42. Isabella Bird, 1831-1904, exploradora y escritora.

43. Bessie Coleman, 1892-1926, aviadora.

44. Aphra Behn, 1640-1689, dramaturga y poeta.

45. Coco Chanel, 1883-1971, diseñadora de moda.

46. Artemisia Gentileschi, 1593-1652, artista.

47. Zora Neale Hurston, 1891-1960, antropóloga y escritora afroamericana.

48. Katharine Graham, 1917-2001, editora de The Washington Post.

49. Indira Gandhi, 1917-1984, primera ministra de la India.

50. Gabriela Mistral, 1889-1957, poeta chilena, premio Nobel.

51. Clara Barton, 1821-1912, fundadora de la Cruz Roja.

52. Anna Akhmatova, 1889-1966, poeta rusa.

53. Sirimavo Bandaranaike, 1916-2000, primera ministra de Sri Lanka.

54. Maryam Mirzakhani, 1977-2017, matemática iraní.

55. Marie Van Brittan Brown, 1922-1999, creadora del circuito cerrado de televisión.

56. Laura Bassi, 1711-1778, física y académica.

57. Junko Tabei, 1939-2016, montañista japonesa.

58. Gertrude Ederle, 1906-2003, campeona de natación.

59. Ethel Smyth, 1858-1944, compositora y sufragista.

60. Emily Hobhouse, 1860-1926, activista social.

61. Suzanne Lenglen, 1899-1938, tenista.

62. Sarah Breedlove, 1867-1919, emprendedora y activista.

63. Rachael Heyhoe Flint, 1939-2017, jugadora de cricket y benefactora.

64. Débora, alrededor del siglo XII aC, profeta bíblica del Libro de los Jueces.

65. Mary Somerville, 1780-1872, matemática y astrónoma autodidacta.

66. Martina Bergman-Österberg, 1849-1915, pionera del deporte femenino.

67. Marie Marvingt, 1875-1963, atleta y aviadora.

68. Maria Merian, 1647-1717, naturalist, exploradora, entomóloga, artista.

69. Lottie Dod, 1871-1960, deportista.

70. Joan Robinson, 1903-1983, economista.

71. George Eliot, 1819-1880, novelista y poeta.

72. Cixí, 1835-1908, emperatriz de China durante 47 años.

73. Andrea Dworkin, 1946-2005, feminista y escritora.

74. Alice Milliat, 1884-1957, atleta.

75. Wilma Rudolph, 1940-1994, campeona olímpica en carrera de 100 metros, 200 metros y relevo 4 por 100 metros.

76. Sonja Henie, 1912-1969, campeona olímpica de patinaje sobre hielo y actriz.

77. Sarojini Naidu, 1879-1949, activista política y poeta.

78. Ruth Handler, 1916-2002, empresaria e inventora.

79. Murasaki Shikibu, alrededor de 978-1016, escritora, autora de la primera novela japonesa, Genji Monogatari.

80. Maria Bochkareva, 1889-1920, militar rusa.

81. Lily Parr, 1905-1978, futbolista profesional.

82. Helen Gwynne-Vaughan, 1879-1967, comandante de la Royal Air Force.

83. Gwen John, 1876-1939, artista.

84. Fanny Burney, 1752-1840, novelista y dramaturga.

85. Fanny Blankers-Koen, 1918-2004, atleta.

86. Estée Lauder, 1908-2004, empresaria de cosméticos.

87. Elinor Ostrom, 1933-2012, economista política.

88. Clara Schumann, 1819-1896, compositora e intérprete.

89. Beulah Louise Henry, 1887-1973, inventora.

90. Anna Jacobson Schwartz, 1915-2012, economista.

91. Aisha, alrededor de 613-678, tercera esposa de Mohamed, la "madre de los creyentes" para los musulmanes sunitas.

92. Yeshe Tsogyal, 757-817, madre del budismo tibetano.

93. Susan Sontag, 1933-2004, escritora, ensayista, filósofa, cineasta.

94. Sophie Blanchard, 1778-1819, primera aeronauta profesional.

95. Katia Krafft, 1942-1991, vulcanóloga.

96. Fanny Mendelssohn, 1805-1847, compositora y pianista.

97. Emilie du Châtelet, 1706-1749, física, matemática y traductora de Newton al francés

98. Buchi Emecheta, 1944-2017, narradora.

99. Annette Kellerman, 1887-1975, nadadora profesional.

100. Amrita Pria

 Fuente: Infobae, agosto 2018

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